jueves, 9 de abril de 2015

Nueva York, la gran manzana.


Hace un par de veranos hice un viaje que me marcó, un viaje a la ciudad que nunca duerme: Nueva York.
Ya había estado allí previamente, en una escala Nueva York-San José (Costa Rica). Como perdimos el avión por problemas de la compañía, nos tuvimos que quedar, por suerte o desgracia, unos días en la ciudad. Desde entonces soñaba con ir y perderme en sus calles. El viaje 'bueno' fue la bomba. Me recuerdo eufórica en Wall Street y Times Square. Cada detalle era enorme. Todo era a lo grande, estilo americano, y Madrid al volver se me quedaba enano.
Hizo un calor espantoso, pero a pesar de eso, pasabamos el dia pateando y pateando. Museos, tiendas, restaurantes, barrios, parques, Liberty Island, la 5ª avenida, y por supuesto, los rascacielos. Mi padre, que ya había estado al menos 5 veces, sabía cuáles eran los sitios que más valían la pena, así que no perdimos el tiempo. Los museos eran alucinantes. Muchos pensarían: menudo aburrimiento. Pues no, era insólito tener un Tiranosaurus Rex a apenas dos metros de tu cuerpo, o Noche estrellada de Van Gogh que tantas veces había visto en fotos delante de mi.
Las tiendas, fuera de lo común. Y no hablo de tiendas de ropa, si no de enormes centros de juguetes, de M&Ms, de música... todo con una decoración milimetrada y a escalas enormes. Los restaurantes eran, simplemente, un espectáculo. Los más 'visitables' solian tener una temática. Habia uno basado en una casa de terror que me dejo sin palabras. La comida, de todos los tipos. Multicultural y para todos los gustos.
Cada barrio era un mundo. Desde el Soho en Manhattan hasta Brooklyn y el Bronx, al que fui en una excursión. La real Nueva York y no solo lo que se ve en películas. Los parques eran preciosos y gigantes. El más famoso: Central Park. En un día entero no pude ver ni un cuarto de lo que ese parque era. Muy familiar y muy idílico.
Y los rascacielos. Te dejaban pasmado. Estar en su cima era como tocar las nubes. Se divisaba el mundo desde ellos. Increíble, una sensación de dominio brutal.
Nueva York, un destino obligatorio. Es una ciudad mágica, que te enseña y te cultiva.

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